Después
de una noche en la que los truenos me despertaron varias veces, y tras
un ligero desayuno (consistente en café, pan y croissants con mermelada,
zumo de mango, pero natural, yogur con frutas del día troceadas con
cereales y unos huevitos fritos) nos dirigimos hacía el volcán Pasochoa,
a unos 15 kms al sureste de Quito. Tiene una altura aproximada de 4200m
y es una caldera erosionada (se da un aire a la Caldera de Taburiente, o
al menos a mi me lo parece).
Con
la amenaza constante de las nubes y la niebla nos ponemos en marcha a
paso ligero, primero por una pista, entre toros y terneros que en más de
una ocasión nos pusieron ojitos al acercarnos, para luego coger un
sendero que asciende hasta la arista que nos lleva hasta el punto
establecido como cima del volcán. Después de ascender entre las
tinieblas ecuatorianas unos desniveles considerables, y una vez en la
cima,la montaña nos regala por unos minutos su mejor cara, ya que, casi
sin darnos cuenta, las nubes nos dan tregua y nos permiten ver la
caldera en todo su esplendor, así como la ciudad de Quito y demás
territorios colindantes. Además, podemos divisar a lo lejos en Antisana
(5753m), cubierto de nieve.
Después
del bocata y un merecido descanso, nos metemos un destrepe que pone a
prueba mi vértigo (es lo que tiene, tener vértigo y meterte a montañero)
por la cara opuesta de la subida para acceder de nuevo a un sendero que
nos llevará directamente al coche, no sin antes comernos una pequeña
granizada al final de la ruta. Y digo pequeña porque la que nos cayó
encima cuando nos subimos al coche era digna de ver, que más que
conduciendo, bajamos haciendo rafting de la montaña.
La conclusión del día la ha puesto Ramón: "Ves, a partir de los 4000 es cuando empiezo a moverme bien". Ahí queda eso.
Mañana toca el Rucu Pichincha, si el tiempo nos va dejando, porque vamos escapando la verdad.
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